CADA ACCIÓN CUENTA

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miércoles, 19 de febrero de 2014

LAS CULTURAS INDOAMERICANAS Y SU RELACION CON LA NATURALEZA.

La flora y la fauna americanas se fueron configurando hace unos 500 millones de años, mucho después del surgimiento del planeta Tierra, cuyos primeros indicios de vida se remontarían a unos 3.000 millones de años.9 En el período de los reptiles las tierras se subdividieron en dos grandes continentes: Laurasia (que comprendía América del Norte, Groenlandia y Eurasia) y Gondwana (que abarcaba América del Sur, Africa, Oceanía y la Antártida).10

América del Sur estaba conformada por dos sectores emergidos y un mar interior ubicado en lo que hoy conocemos como cuenca amazónica. A fines del mesozoico o era secundaria surgió la cordillera de la costa, apareciendo los primeros mamíferos; a comienzos de la era terciaria surgieron los relieves de la Cordillera de los Andes y posteriormente el relieve venezolano actual. Gabriel Pons sostiene que "Centroamérica no fue realmente como es. Durante las eras primaria y secundaria parece que estaban unidos Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y Jamaica con Honduras y México. Más tarde, en las eras terciaria y cuaternaria, apareció el vulcanismo y con él emergió la costa del Pacífico".11

La flora americana, que surgió de estos ecosistemas en permanente modificación, fue determinante en el tipo de vida de los primeros seres humanos que cruzaron por el estrecho de Berhing hace más de 50.000 años. La fauna era pobre en cuanto a animales de carga, salvo la existencia de una variedad de caballos que luego se extinguió.

Estos pueblos cazadores-recolectores se adaptaron al medio, sin afectar la autorregulación del sistema. No destruían masivamente las selvas ni las plantas. No exterminaban las especies animales sino que consumían las que eran imprescindibles para subsistir, pues tenían una etología propia respecto de la naturaleza. Si en algún caso la recolección de frutos y la caza llegaban a afectar el balance ecosistémico, el daño era pronto reparable por cuanto estos pueblos, que eran nómades, abandonaban el lugar, facilitando el proceso de autorregulación del ecosistema. No es nuestra intención idealizar a estos pueblos ni presentar una imagen de plena

armonía entre ellos y la naturaleza, pero el análisis histórico muestra que en esta fase no se registraron acciones humanas que desencadenaras alteraciones ecológicas irreparables.

En el tránsito a la sociedad agrícola, que en América se produjo hacia el quinto milenio antes de nuestra era, introdujo cambios significativos en los flujos energéticos. El inicio de la producción agraria permitió un cierto control de la transferencia de energía. La sociedad agroalfarera comenzó a ejercer un dominio, aunque todavía relativo, de las cadenas tróficas, aumentando, mediante la domesticación de los animales, los consumidores secundarios. Los seres humanos descubrieron que a través del proceso agrícola y la domesticación de animales podían "almacenar energía metabólica".12

En este inicio del proceso de control de energía, las culturas agroalfareras utilizaron como principales fuentes energéticas la quemazón de leña, instrumentos para aprovechar el viento, la energía animal y humana y, fundamentalmente, el regadío artificial, que fue uno de los primeros manejos de una fuente energética no metabólica. Estos pueblos tenían una dieta equilibrada: combinaban las proteínas provenientes de los pescados, la llama, el guanaco y otros animales, con hidratos de carbono como la yuca y la papa. El maíz, base de la dieta de la mayoría de las culturas indoeuropeas, era un alimento bastante completo, aunque no dispusieron de leche de ganado vacuno y ovino. Asimismo, la ausencia del buey y del caballo impidió un mayor uso de la energía animal.

En la búsqueda de mejores tierras los pueblos agroalfareros hicieron las primeras quemazones y talas de árboles. Fue el comienzo de la alteración del ambiente americano, pero dada su escasa magnitud no alcanzó a provocar desequilibrios ecológicos significativos. Según Lutzenberg, "la roza del indio complementaba apenas el producto de la caza y los frutos silvestres, obtenidos en esquemas de explotación permanentemente sostenibles, sin degradación del ecosistema".13

Esta apreciación es compartida por Sanoja y Vargas en sus estudios sobre Venezuela: "La técnica del cultivo más sobresaliente y difundida entre la formación agricultora es la denominada roza y quema o agricultura itinerante (...). Geertz, al analizar el problema de la agricultura de roza y quema en términos ecológicos, plantea que la característica positiva más sobresaliente de dicha técnica es la de estar integrada a la estructura del ecosistema natural preexistente, a la cual, cuando es de naturaleza adaptativa, ayuda incluso a mantener, Cualquier forma de agricultura del ecosistema dado de tal manera que se pueda aumentar el flujo de energía que necesita el hombre para subsistir".14

A través de los motivos cerámicos y de los grabados en metal estos pueblos expresaban su estrecha relación con la naturaleza, un esfuerzo de la mente humana por encontrar una explicación del mundo y de la vida, para luchar contra lo desconocido apelando a las fuerzas de la naturaleza y, al mismo tiempo, tratando de controlarlas. Arnold Hauser sostiene que "la visión que la magia tiene del mundo es monística; ve la realidad en la forma de un conglomerado simple, de un continuo ininterrumpido y coherente (...). La pintura era al mismo tiempo la representación y la cosa representada, era el deseo y la satisfacción del deseo a la vez. Era justamente el propósito mágico de este arte el que lo forzaba a ser naturaleza".15

La conformación de los imperios inca y azteca produjo nuevas alteraciones en los ecosistemas americanos. Gran parte de la organización social se estructuró en torno al regadío artificial: construcción de terrazas, desecación de pantanos, canales y andenes para facilitar la circulación del agua destinada a la producción agraria. La orientación compulsiva de esos embriones de burocracia estatal, que forzaban a una mayor tributación de los pueblos sometidos con el objeto de aumentar el excedente económico, condujo a las primeras alteraciones serias de los ecosistemas naturales.
La cultura azteca y la incaica se diferencian en que la primera hizo uso del excedente de agua en un medio anegadizo, llegando a crear las famosas "chinanpas", y la segunda en un medio árido. Ambas sociedades conocían el sistema de abono, la rotación y selección de suelos, el tratamiento bioquímico de las semillas, la previsión meteorológica y prácticas alimentarias con conocimientos del poder nutritivo de las plantas y animales, que permitieron a los incas alcanzar una dieta per cápita de más de 2.400 calorías, relativamente superior a la de algunos pueblos latinoamericanos del siglo XX.


En aquella época surgieron ciudades como Teotihuacán, con más de 100.000 habitantes, Lubaatún con cerca de 50.000 y El Cuzco con más de 2.000, revolución urbana que nos plantea varias reflexiones: ¿qué diferencia hubo entre estas ciudades aborígenes y las que surgieron durante la época colonial y republicana respecto de los impactos ambientales? ; ¿pueden las ciudades aborígenes americanas ser consideradas ecosistemas?

La mayoría de los ecólogos estiman que las ciudades no constituyen ecosistemas porque básicamente no tienen autarquía, no se autorregulan y, por lo tanto, dependen de flujos de energía ajenos. En tal sentido, las ciudades serían ecosistemas artificiales o fallidos.16

A nuestro juicio las ciudades aborígenes indoamericanas no tenían un alto grado de consumo energético importado. Cada una de ellas tenía muchos árboles, plantas, lagunas, arroyos y otros componentes autotróficos que proporcionaban energía propia. La ciudad indígena tenía entrada y salida propia de energía, constituyendo una unidad indisoluble con el campo. El consumo de agua era elevado como consecuencia del regadío artificial, pero aquellas ciudades, a diferencia de las actuales, no tenían salida de agua contaminada ni desechos imposibles de reciclar.

A los efectos de precisar la caracterización de estas ciudades indoamericanas como ecosistemas con autarquía energética propia.17 Sería interesante hacer un estudio comparativo con las ciudades griegas y romanas y entre éstas y las de la época moderna para comprobar en qué momento comenzaron a convertirse en "heterotróficas", es decir, en importadoras masivas de flujos energéticos. En síntesis, se trata de estudiar la ciudad en su proceso histórico para analizar en qué fase fue un ecosistema y cuándo dejó de serlo para convertirse en un ecosistema artificial. Este estudio podría arrojar interesantes conclusiones no sólo sobre el pasado sino también acerca del futuro de las ciudades, en función de una adecuada estrategia de planificación ambiental, obviamente en una sociedad alternativa a la actual.
EL DETERIORO AMBIENTAL DURANTE LA

COLONIA Y LA REPUBLICA


Nuestra base ecológica condicionó en gran medida el tipo de colonización. La diferencia entre la colonización inglesa de Norteamérica y la colonización hispano-lusitana de Meso y Sudamérica no estuvo determinada por el llamado "espíritu de la raza" sino por los ecosistemas diversos, los distintos medios geográficos, las riquezas minerales y la disponibilidad de mano de obra que encontraron los respectivos conquistadores.
Los ingleses que colonizaron la zona este de lo que son actualmente los Estados Unidos hallaron una naturaleza poco feraz, ríos que se desbordaban arrasando los cultivos y una población indígena que no pudieron doblegar y explotar desde el conocimiento. No encontraron metales preciosos ni una agricultura con regadío artificial como la de los mayas, incas y aztecas. A los ingleses del Mayflower les hubiera regocijado descubrir oro, como a los españoles, pero -sostenía Charles Beard- "la zona geográfica que cayó en sus manos no rindió al principio el precioso tesoro".18


En cambio los españoles encontraron una región exuberante en vegetación, metales preciosos, zonas cultivadas con regadío artificial y abundante mano de obra que explotar. Uno de los motivos de la rápida y fructosa colonización española fue el grado de adelanto agrícola, alfarero y minero que habían alcanzado los aborígenes.

Los españoles aprovecharon las bases ecológicas para sus fines colonizantes expoliaron la naturaleza y la mano de obra indígena. El ecosistema comenzó a deteriorarse aceleradamente con la instauración de una economía interesada exclusivamente en la exportación de metales preciosos y, más tarde, de productos agropecuarios y mineros. Los enclaves mineros, como la fabulosa mina de plata de Potosí, constituyeron centros económicos que aceleraron la tal de árboles para las fundiciones. Las explotaciones agrícolas de un solo producto, como el cacao, el trigo, el azúcar, etc., agravaron los desequilibrios ecológicos porque los ecosistemas se hicieron más vulnerables. Es sabido que la diversidad es una de las principales virtudes que garantizan la estabilidad de los ecosistemas. Con la monoproducción implantada por los españoles y

portugueses los ecosistemas americanos comenzaron a hacerse más frágiles a medida que se consolidaba la economía de exportación de los colonialistas.

La fauna del Caribe y del Pacífico también fue afectada por la voracidad de los comerciantes ingleses, holandeses y norteamericanos. En efecto -dice Pedro Cunill-, bordeando el Cabo de Hornos, en 1788 los barcos arponeros norteamericanos e ingleses iniciaron la captura de cetáceos frente a las costas chilenas, llegando más tarde hasta la costa peruana (...). Estimamos que entre 1788 y 1809 más de cinco millones de estos lobos marinos fueron exterminados."19

Las ciudades coloniales más grandes como Bahía, Recife, La Habana, Veracruz, Portobelo, Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso y El Callao se desarrollaron en función de la economía de exportación. Estas ciudades cambiaron el paisaje y alteraron, en parte, el ambiente al constituirse en los primeros ecosistemas no naturales que aparecieron en el espacio latinoamericano. La sociedad humana comenzó a girar en torno al ecosistema no natural, haciéndolo cada vez más dependiente de los flujos energéticos externos. Paralelamente se fueron abandonando y aplastando las formas de convivencia integrativas al ambiente practicadas durante siglos por las comunidades aborígenes.

Durante la época republicana se acentuó el deterioro ambiental, porque la clase dominante criolla reforzó la economía de exportación agropecuaria y minera. La división internacional del trabajo, acelerada por la Revolución Industrial, agudizó el proceso porque en el reparto mundial impuesto por las grandes potencias a nuestros países, formalmente independientes, les correspondió desempeñarse sólo como meros abastecedores de materias primas básicas e importadores de productos industriales.

Así fue reforzado el carácter monoproductor, afectando la diversidad de los ecosistemas. Se aceleró la devastación de bosques con el fin de habilitar tierras para la economía agroexportadora y utilizar la madera para las fundiciones de cobre y plata. La propiedad territorial, concentrada en grandes latifundios, fue dedicada a la crianza masiva de ganado o al cultivo de determinados cereales y plantaciones, consolidándose un subsistema agrícola de escasa diversificación.20

Durante el siglo XIX las empresas azucareras del Caribe arrasaron los bosques, especialmente de Cuba, mientras la burguesía minera devastó parte de las reservas forestales de México, Perú, Bolivia y Chile. También fue afectada la fauna terrestre, proceso que se puede ejemplificar -dice Cunill- con la "chinchilla, pues entre 1895 y 1900 se exportaron más de 1.685.000 pieles de los parajes de Vallenar y Coquimbo (...).A los pocos años estaba exterminada".21

La expoliación de los ecosistemas estuvo en función de las ciudades y puertos por donde salía y se procesaba la economía agrominera exportadora.

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